20 de septiembre de 2006
El tren de Stalin
El 'Flecha Roja', el ferrocarril ruso más célebre, constituye. un testimonio vivo de la historia más reciente del país. Distintas razones han motivado que mis viajes desde Moscú a San Petersburgo en los últimos años hayan sido en avión. Hacía mucho que no recorría los 679 kilómetros que separan ambas ciudades en tren y más tiempo aún que lo hacía a bordo del legendario 'Flecha Roja' (Krásnaya Strelá). Tal vez por lo difícil que siempre ha resultado conseguir billetes para subir a ese peculiar ferrocarril. Pero, el pasado mes de julio, con motivo de la cumbre del G8, el espacio aéreo de San Petersburgo estuvo tres días cerrado a cal y canto.
El presidente Vladímir Putin no quiso arriesgar ni un ápice la seguridad de sus invitados. De manera que la vía férrea era prácticamente la única forma de llegar a la antigua capital imperial rusa. Debido a los numerosos controles policiales instalados por todas partes para evitar la llegada a San Petersburgo de grupos antiglobalistas, viajar en coche hubiese sido un auténtico incordio.
Así que me dirigí a las taquillas de la estación moscovita de Leningrandski y, cuán fue mi asombro, cuando la encargada del despacho de billetes me ofreció una litera en un compartimento para cuatro personas en el 'Flecha Roja' al precio oficial, es decir a 1.700 rublos (unos 50 euros). No se me exigió un pago adicional 'bajo cuerda' por la gentileza como siempre ha sido, sobre todo en la época soviética.
Tal vez hubiese sido mejor abonar el doble y viajar más confortablemente en un compartimento para dos viajeros. Al día siguiente me esperaba mucho trabajo en el centro de prensa y convenía llegar más o menos descansado. Pero no había nada mejor. Y gracias que pude conseguir un billete nada menos que en el 'Flecha Roja'. El tren sale todos los días desde Moscú a las 23.55, el horario habitual desde que empezó a funcionar en 1931.
Lo primero que me llamó la atención fue la nueva imagen de los 'provodnikí', empleados ferroviarios que dan servicio a los pasajeros en los coches-cama. Antes eran en su mayoría hombres o señoras ya entradas en años y con bastantes kilos de sobra, las famosas 'Bábushki' (abuelas). Mujeres duras, implacables, de hoscas maneras, pero adorables, si uno sabe encontrarles el punto. Ahora las 'provodnikí' son rubias y esbeltas azafatas. Son serviciales y educadas, pero distantes.
La mayor parte de los vagones son nuevos o recién remozados y ya no se percibe el fuerte olor a desinfectante de antaño. En el cupé se continúa sirviendo vodka, galletitas y té, en los típicos vasos con asidero de metal repujado. Se puede además echar una partida de ajedrez. El vagón restaurante conserva todo su lujo y la exquisita cocina rusa. Sigue siendo normal que, tras una copiosa cena bien regada con la bebida nacional, los comensales traten de llegar a duras penas a su compartimento dando tumbos por los estrechos pasillos del convoy. Lo peor es el paso de un coche a otro a través del 'acordeón', teniendo que mantener el equilibrio al abrir y cerrar las pesadas puertas metálicas, a uno y otro lado, mientras los extremos de ambos vagones dan sacudidas desacompasadas y violentas. Todo eso en medio del ensordecedor golpeteo de las ruedas contra las junturas de los raíles y el zumbido de fondo que el exceso de vodka provoca en los oídos.
El tren del amor
En verano, más de la mitad de los pasajeros son turistas. El resto son parejas de recién casados y modestos comerciantes. Le llaman también el 'tren del amor'. Según me contó Luda, la 'provodnik' de mi vagón, se ha puesto de moda pasar en sus compartimentos la noche de bodas. Lo cierto es que el 'tren del amor' adquirió tal epíteto a principios de los 90 y no por la abundante presencia de jóvenes parejas, sino de prostitutas.
La actividad económica en las dos capitales rusas, la actual y la antigua, motiva también un enorme trasiego de ejecutivos. Los más hacendados viajan en los cupés individuales, provistos de aseo individual, y en los dobles. El precio de los primeros ronda los 400 euros, pero los pequeños empresarios prefieren los compartimentos para cuatro pasajeros. Si se viaja solo y tus tres acompañantes sacan una botella de vodka para celebrar algo, cualquier motivo suele ser bueno, zafarse de ser incluido en el festín etílico será harto complicado.
Se puede también fletar un vagón entero amueblado suntuosamente. Incluye un acogedor salón decorado a la antigua, dormitorio 'imperial', despacho y un gran cuarto de baño. Su precio puede superar los 6.000 euros. Y tienen demanda. Multimillonarios, políticos y estrellas del pop son quienes más los utilizan. El 'Flecha Roja', sin embargo, no es un tren de lujo en el sentido estricto del término, aunque incluya compartimentos y vagones que sí lo son.
En cualquier caso, nunca ha sido un tren accesible al grueso de la ciudadanía, que prefiere algo más económico. Hacia la bellísima ciudad de San Petersburgo salen cada día desde Moscú más de una decena de ferrocarriles de diversos niveles de comodidad, calidad de servicio y precio. El 'Flecha Roja', sin embargo, es el único que circula en la noche del 31 de diciembre y el único que es recibido al llegar a la estación a los acordes del himno que el compositor ruso Reingold Glier dedicó a la gran capital de los zares.
Fuente: Idealdigital
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