miércoles, 11 de julio de 2007

Nuestra primera estación

En la primavera de 1852, el primer ferrocarril valenciano unió Valencia y el Grao. La estación se construyó donde hoy se alza el edificio de la Telefónica; aquella de las temidas conferencias.

Ni rastro, ni una lápida con acertada alegoría recuerda que la primera estación de la ciudad se construyó en los antiguos huertos de los conventos de San Pablo y de San Francisco, templos utilizados después de la desamortización en diversos destinos. La estación de Valencia, que culminaba con el sueño de próceres y exportadores, estuvo situada donde hoy se halla el edificio de la Telefónica en la plaza del Ayuntamiento y la esquina con la calle de Ribera. El revolucionario medio de transporte suponía una gran financiación, que exigía capital extranjero y tras él la maraña de operaciones bancarias, pero don José Campo y Pérez no se arredró. Y si la concesión del ferrocarril Almansa-Valencia-Tarragona había otorgada al inglés Wole en 1845, nuestro político y hombre de negocios, consiguió la transferencia en 1850 y, sin pérdida de tiempo, inició la construcción, de tal modo que el 21 de marzo de 1852 se inauguraba el tramo de Valencia a Vilanova del Grao.

El ferrocarril, adornado con guirnaldas de flores fue bendecido por el arzobispo don Pablo García Abella, tocaron todas las campanas y se contó con la presencia de la infanta doña María Luisa Fernanda –hermana de Isabel II– y su esposo don Antonio Felipe Luis de Orleans, duque de Montpensier, regios personajes para los que se prepararon asientos tapizados de terciopelo rojo carmesí.

En aquella época, los eventos sociales estaban muy lejos de convocar a deportistas y famosos televisivos; se resaltaban con poetas ¡qué cosas!.. Desde los vagones se echaron aleluyas de colores con versos.

Arquitectura industrial
La deseada estación respondió al proyecto y construcción de tres ingenieros: James Beatty, Domingo Cardenal y J. Shepherd, para quienes el edificio tenía que ser fiel al concepto de arquitectura industrial, es decir “desterrar todo lujo, porque el gasto que produce es improductivo”. No obstante, fue una estación admirada, de estilo neoclásico y proporciones clasicistas que acusaba la influencia de las estaciones inglesas. Constaba de dos pabellones de una sola planta, paralelos y colocados a ambos lados de la vía, de forma que el de los viajeros tenía la fachada a la calle del Sagrario de San Francisco y estaba formada por un paramento con diez vanos, con arcos de medio punto separados por pilastras dóricas.

Más como siempre, las previsiones para el futuro de la estación quedaron cortas. Se sucedieron las ampliaciones y las reformas, pero los problemas se multiplicaban y el Ayuntamiento decidió que se trasladara la estación con el deseo de lograr una plaza céntrica en los antiguos solares conventuales y urbanizar las zonas próximas. Expedientes. Proyectos. Más expedientes. Más proyectos.

Terminaba un capítulo del devenir ciudadano en etapa de expansión pujante. Y, a la vez que se inauguraban los servicios de la nueva y espléndida estación del Norte, de Demetrio Ribes, en 1917, comenzaba el derribo de la antigua estación.

La Telefónica
Como señalamos anteriormente, la Telefónica se alzó en el solar del recinto ferroviario en 1926. El edificio racionalista fue proyecto de Santiago Esteban de la Mora e Ignacio de Cárdenes, quienes huyeron de la arquitectura que dominaba en el entorno con énfasis en los remates, templetes y cúpulas. Fue durante largos años, hasta finales de la década de 1950, el lugar de las esperadas conferencias que, como sucedía con los telegramas, siempre se suponían presagio de malas noticias. La sede de la Telefónica, con algunos bancos de madera, mostraba también la sección humana, un tanto esclava y mágica, de aquellas jóvenes uniformadas de negro, que manejaban hilos conductores en los orificios de unos paneles asignados.

Y el ciudadano esperaba y desesperaba hasta que una voz anónima pronunciaba el número de su turno y la localidad con la que deseaba hablar... ¿de enfermedades?... ¿de promesas de amor?

Hoy en aquel salón de espera domina el despliegue publicitario de Movistar con el eslogan ‘Conéctate en cualquier lugar’. Y la gente obedece, porque por la calle pasan jóvenes y mayores con un telefonillo pegado a la oreja y no se fijan en los quioscos de flores de la acera de enfrente. Hermosos ramos, centros y plantas recién regadas que huelen a tierra, protegidas por la sombra del toldo de la parada. Perfume que ‘conecta a la vida’... sin ningún teléfono móvil.

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