sábado, 28 de julio de 2007

EL TREN DE LOS FRIOLEROS Y LAS EMBARAZADAS

El PlazaolaAl principio fue un tren minero, un trenecito que desde 1904 sacaba por el valle de Leitzaran el hierro de los yacimientos de Plazaola. Diez años más tarde llegaron los vagones de pasajeros, la línea se amplió hasta conectar Pamplona con San Sebastián y el tren del Plazaola se convirtió en una arteria vital para la zona de Lekunberri y Leitza. No duró mucho: la competencia de las carreteras modernas y las riadas de 1953 acabaron con el ferrocarril. Pero ahora el Plazaola renace como vía verde para caminantes y ciclistas, como pasillo de historia y naturaleza en el que resuenan ecos de otras épocas.

Hubo una época en la que el tren era acontecimiento. Los domingos la banda de música esperaba en el andén de Lekunberri y en cuanto aparecía el Plazaola sonaban tambores y trompetas para recibir a unos pasajeros, despedir a otros y entretener la tarde a las parejas que paseaban hasta la estación para contemplar la llegada estruendosa del ferrocarril.

También fue tren de hambre y estraperlo. Jesús Mari Sáez, de 73 años y de familia numerosísima, recuerda los viajes de su niñez en el Plazaola de la posguerra, con su madre, desde Donostia hasta Uitzi, donde unos familiares les proporcionaban las verduras, los huevos, las patatas y la carne que no se podían encontrar en la ciudad. Sáez revive uno de los sucesos deslumbrantes de su infancia: «Estábamos en Uitzi cuando un tren descarriló dentro del túnel. Todo el pueblo salió corriendo a recoger la mercancía desperdigada y alguien descubrió un montón de sacos con regalices. Los niños comimos regaliz todo el año».

Abrigo de estraperlo

Era la época en la que se hizo famoso el abrigo de estraperlista: un tres cuartos de lana cheviot, con cuello de piel de oveja y seis bolsillos interiores de costura reforzada. El navarro Patxi Mikeo explicó en televisión esa moda tan curiosa: «Incluso en verano muchos pasajeros vestían gabardinas enormes, con forros para camuflar las habas, las alubias, los garbanzos. Parecía que las mujeres que viajaban en el tren estaban todas embarazadas». Cuando la Guardia Civil se acercaba a los andenes, los jefes de estación y los maquinistas alertaban a los pasajeros para que escondieran las mercancías o las tiraran, y cuentan que una mujer apurada arrojó, con los demás paquetes, un niño envuelto en una manta que por fortuna resultó ileso.

A menudo fue un tren de angustias, porque llevó hasta los puertos cantábricos a los emigrantes navarros que se despedían de su tierra y de sus familias para hacer las Américas, pero también un tren lúdico, en el que viajaban los entusiastas del Ski Club Tolosano para organizar los primeros saltos de esquí y competiciones de bobsleigh en las laderas nevadas de la comarca. El Plazaola fue la arteria por la que se movió la economía de los valles interiores, por donde se desplazaban los pastores y los carboneros, por donde viajaban los vagones cargados mineral y también con ganado para las ferias. Y fue el pasillo que rompió el aislamiento de algunos pueblos, aunque algunos consideraron que esto traía influencias perniciosas: «En Leitza no se oían blasfemias hasta que llegó el maldito Plazaola», se quejó un fraile en el sermón dominical. Esa memoria del Plazaola se guarda ahora en la antigua estación de Lekunberri. Es un buen punto de partida para empaparse de la historia y luego empezar una excursión por la huella del tren.

2.700 metros de túnel

El tramo más atractivo y mejor cuidado es el que se dirige desde Lekunberri hasta el paraje de Plazaola, unos 18,5 kilómetros que pueden caminarse o pedalearse con toda paz. La vía verde se interna por un escenario de naturaleza esplendorosa, una región de lluvias abundantes, tapizada por bosques atlánticos (sobre todo hayas, también robles, castaños, fresnos, abedules y extensos pinares repoblados) y praderas relucientes en las que pastan ovejas latxas y vacas betizus.

El primer tramo, cinco kilómetros entre la estación de Lekunberri y la de Uitzi, ofrece desvíos tentadores nada más empezar. Unos escalones de madera trepan hasta el parque de la Peña, donde se abre una espléndida vista aérea sobre el casco de Lekunberri con el telón de fondo de Aralar y el cresterío de las Malloas, una postal viva surcada a menudo por buitres, aguiluchos y halcones. De vuelta al valle, el camino cruza tres pequeños túneles hasta la antigua estación de Uitzi.

Y enseguida aparece una de las obras más impresionantes de toda la ruta: el túnel de Uitzi. Esta galería se abrió para atravesar las montañas que marcan una frontera geográfica: la divisoria de aguas entre el Cantábrico y el Mediterráneo. Con sus 2,7 kilómetros de longitud, durante muchos años fue el túnel más largo de España. Y los maliciosos decían que también era el favorito para empezar un viaje de bodas: el tren circulaba por este tramo a unos 10 kilómetros de hora, lo que supone un buen cuarto de hora de oscuridad absoluta. La lentitud del Plazaola era proverbial. Algunos pasajeros se apeaban en marcha cerca de Irurtzun, tomaban uvas de un viñedo cercano y volvían a subirse al tren. Otros querían bajarse en lugares donde no había estación y daban una propina al maquinista para que redujera la velocidad y les permitiera saltar.

Hoy en día el túnel de Uitzi no está acondicionado -aunque existe el proyecto- y los responsables de la vía verde aconsejan evitarlo. El itinerario alternativo, de cuatro kilómetros, escala el puerto de Uitzi (unos 200 metros de desnivel) y luego baja al reencuentro con la huella del ferrocarril.

Quienes se animen a cruzar el túnel -absténganse aprensivos y claustrofóbicos- deben llevar una linterna potente, buenas botas y chubasquero. No está bien impermeabilizado y a veces ocurre un fenómeno peculiar: la lluvia subterránea. Puede que en el exterior luzca un día soleado y radiante, pero si en las jornadas previas ha llovido mucho, el monte estará empapado y las aguas se filtrarán por el techo y las paredes del túnel. El caminante y el ciclista se encontrarán primero unas goteras, luego un auténtico chaparrón bajo tierra. Y esas aguas se deslizan por las dos vertientes ligeramente inclinadas de la galería: en las épocas lluviosas, por cada boca del túnel mana un arroyo. Las aguas que salen por la boca norte acabarán en el Cantábrico. Las que salen por la boca sur, en el Mediterráneo

Desde la boca norte, la vía se reanuda con otros cinco kilómetros y siete túneles hasta alcanzar Leitza; y desde este pueblo sigue con otros cuatro kilómetros que cruzan un viaducto, otro par de túneles y un tramo de asfalto que rodea el túnel derrumbado de Olaso. En su boca norte encontraremos los restos de la estación de Plazaola: los edificios, los andenes y dos puentes sobre la regata de Frankio. Muy cerca, nada más entrar en territorio guipuzcoano, quedan las ruinas de la ferrería y un poco más allá las minas de Bizkotx. Aquí, donde acabamos el paseo, empezó todo: el abundante mineral de hierro de estos parajes fue el motivo para construir el tren del Plazaola. Quien se anime, puede proseguir la ruta en los veinte kilómetros hasta Andoain.


1 comentario:

leitzaran dijo...

Para saber más sobre el tren del Plazaola:

El plazaola

Saludos