martes, 25 de diciembre de 2007

La última noche del expreso

Fue despedido como un héroe, y su último viaje, en una jornada de excepción, también comenzó con una excepción. Aunque no suele hacerse de noche y en núcleos urbanos, el maquinista José Antonio Vega hizo sonar el silbato de la locomotora Mitsubishi 251.004, que arrastró el viernes el último tren expreso Asturias-Madrid. Eran las 22.30.

El silbido identificaba así a un tren que solía partir en silencio y solitario, pero que el viernes congregó en la estación Gijón-Jovellanos a unas cien personas que siguieron el acto de despedida organizado por la Asociación de Amigos del Ferrocarril «Don Pelayo». Los aficionados tomaron innumerables fotos de la última partida del expreso, destinadas a foros ferroviarios de internet y a archivos personales. El director del Museo del Ferrocarril de Gijón, Javier Fernández, también inmortalizó el momento.

El del viernes fue un expreso que estuvo a punto de no salir, y que tuvo bloqueada la venta de billetes hasta el día anterior, a causa de paros ferroviarios finalmente desconvocados. Al final, partió. En la cabina de la locomotora viaja, Pablo de la Varga, jefe de maquinistas. «La 251 es una locomotora muy buena para el Pajares, con 5.000 caballos para arrastrar hasta 1.050 toneladas en rampas de 20 milésimas, como las del puerto», comenta.

Ninguna línea ferroviaria española posee el perfil de Pajares, con 50 kilómetros de rampas, desde La Cobertoria a Busdongo. La 251.004 lleva a las espaldas unos 700.000 kilómetros de viajes, y en el presente está dedicada a mercancías. Pero inició su servicio, a comienzos de los años ochenta del pasado siglo, llevando expresos como el de Asturias. Por ello la Asociación «Don Pelayo» solicitó a Renfe su uso para este último viaje.

El expreso alcanza los 115 kilómetros hora a su paso por Monteana. De la Varga, con 35 años en Renfe y 20 de maquinista, recuerda que condujo por primera vez este expreso en 1977, arrastrando 17 coches. En el día de su despedida, el Estrella «Costa Verde» lleva dos, uno de asientos -clase preferente- y otro de camas. Es la composición habitual desde hace años.

Junto a De La Varga, van en cabina los maquinistas José Antonio Vega -26 años en Renfe-, y Miguel Álvarez, con 25 años de servicios. El expreso llega a las 22.58 horas a Oviedo, donde unas sesenta personas lo esperan para saludarlo y fotografiarlo.

De La Varga rememora momentos duros de conducción: «Llevar un expreso por Pajares con 17 coches y fuertes nevadas es muy duro; a veces tuve 12 horas de retención por la nieve; otras veces, animales salvajes se metían en los túneles para protegerse del frío».

Los tres maquinistas reconocen la principal dificultad de conducir un expreso. «He pasado mucho sueño a lo largo de estos años y no voy a tener pena por su desaparición; con 25 años tenía una vitalidad enorme, pero ahora hacer noche no es lo mismo», comenta Vega. ¿Cómo combate el sueño un maquinista nocturno? «Con la siesta de tarde, agua y paciencia», señala Miguel Álvarez. «Te pones de pie, abres la ventanilla», añade Vega.

En Mieres-Puente, a las 23.20 horas, un hombre emocionado saluda al expreso desde el anden y se lleva las manos al corazón. En Pola de Lena comienza la vía única. A los pocos minutos, Vega, a los mandos, dice: «Ya estamos en rampa». Es La Cobertoria. Comienzan los 80 túneles de Pajares, de presencia tan patente que los ferroviarios nunca enuncian el kilometraje del puerto, sino el número de túnel en el que están. «Éste, el 70, en herradura, lo cogemos en Fierros y, al salir de él veremos Fierros allá abajo», explica Vega. Luego viene el túnel de El Capricho, aquel «en el que las dos brigadas de construcción no se encontraron», agrega De La Varga.

El expreso viaja a 70 kilómetros hora y la locomotora va suave. Hay brigadas de trabajadores de mantenimiento de la línea a la altura de los túneles 53 y 22. «Esperan a que pasemos para empezar a trabajar; su labor es constante, tensando la catenaria, arreglando argayos o desperfectos de la vía», comenta Vega, quien reconoce que la línea de Pajares es bellísima de día: «Los hayedos rojos, las irisaciones anaranjadas al amanecer, las cascadas y torrentesÉ».

Llega el túnel 11, La Perruca, de tres kilómetros, frontera entre Asturias y León. Y, finalmente, el 9, el de Busdongo. A las 00.52 horas el expreso alcanza La Robla, y comienza a circular a 140 kilómetros hora. «Esta velocidad no la coge con mercancías, pero mirad qué bien responde», señala Miguel Álvarez. En León, otro grupo de amantes del ferrocarril espera al expreso con una pancarta de despedida. Y de nuevo, a 140, hasta Palencia y Venta de Baños, lugar de unión con los expresos de Santander e Irún-Bilbao.


Amantes del tren



Dentro del expreso, en clase preferente, viajan una docena de amantes del ferrocarril, jóvenes en su mayoría. Jesús Suárez es el tesorero de la «Don Pelayo»: «Esto es muy emocionante, pero nos da pena su desaparición, porque cumplía un servicio».

Javier Díaz y Ana Belén Gallego son novios avilesinos. Él dice estar «francamente triste; mi padre viajaba en este tren desde Villalegre a Madrid cuando yo era pequeño; incluso pudo haber viajado alguna vez con esta misma locomotora. Conservo los billetes de mi padre. A mí, el expreso también me ha prestado un buen servicio; es como si este tren fuese mi amigo».

Francisco Fernández viajó por primera vez en el expreso Asturias-Madrid el 22 de septiembre de 1951: «¿Quién me iba a decir ese día que en 2007 estaría haciendo este último viaje?».

Sin ser adoradores del ferrocarril, también viajan Ángeles Nacarinos -«es verdad que viajando así se hacían amistades»- y su marido, Pedro Hurtado, ferroviario. Son de Alcalá de Henares. Tampoco es fanática del tren la gijonesa Lorena Álvarez-Sala -descendiente del pintor Ventura, o del arquitecto Enrique-, que viaja desde León a Madrid, para ver a su novio. «Este año he hecho el viaje unas quince veces y sabía que hoy era el último día». En total viajan 24 pasajeros en preferente y dos en camas. En Venta de Baños, 30 minutos de parada y nueva sesión de fotos de los aficionados. «Son como las pilas Duracell, duran, duran y duranÉ», bromea Ana Belén Gallego sobre su novio y resto de amantes del tren.

En el restaurante Sandoval, «la cantina más ferroviaria de España», juegan al tute los lugareños -«¡Arrastro!», etcétera-. «¡Coño!, hay callos», advierte Francisco Fernández. «Venga, una ración». La locomotora 251.004 es enganchada a los dos coches que suben desde Madrid a Asturias.

Vuelta a Gijón. Son las 3.05 de la mañana. El tren trae cinco cabinas y 40 plazas ocupadas. A las 7.31 de la mañana, el tren llega a la villa de Jovellanos. El último expreso que en su última madrugada alcanzaba Gijón llega cuatro minutos antes de su desaparición.

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